No sé qué escribir.

 

I

Surgía de lo invisible. De lo desprovisto. Una sensación cotidiana e incómoda. Una tarde vencida por la monotonía me daba la bienvenida. Los buses atiborrados en las esquinas y las algarabías de los ambulantes me intimidaban a cada paso que daba. Que sensación tan extraña, me decía cada vez que cruzaba la mirada con alguno de ellos. Jugaba algunos versos de algún poema extinto en mi memoria. Era tarde ya para escribirlos. Seguía a la marea confundida de oficinistas. Nunca me consideré uno de ellos. Qué envidia, pienso. Caminan con preocupaciones cotidianas guiadas por una inerte dulzura de smoke. Cruzo una de sus arterias. El manto tenue de la tarde nos cobija y la luna empieza a tener una triste forma. Un grupo de mujeres de prominentes figuras pasan fugazmente. Con pasos pícaros y miradas inquietas. Un juego a la viveza. Un cariño fugaz e inmemorable a la módica suma de ciento cincuenta soles la media hora. Avanzo inquebrantablemente a esos deseos carnales. Nunca tuve la valentía de hacerlos. Soy el prototipo de hombre cobarde. Y trato de recordar cuando fue la última vez que le hable a una mujer de la nada. Rio tristemente. Son ya nueve años, creo. La marea me conduce a un paradero. Espero y espero al bus mientras la noche suelta un dulce llanto. Hay una pasividad en los pasajeros. Perdió Perú, dicen. Algunos releen los post del partido. Otros se divierten con las caricaturescas imágenes que crearon. Que ingenio. Y así retorno a mi cuerpo. La sensación cotidiana e incómoda me atrapa en ese asiento. Son dos semanas con este libro de Leopoldo María Panero. No lo entiendo. Borges decía que si un libro no te atrapa no es para uno y debemos pasar al siguiente, o eso creo. Pero soy tan cobarde de abandonarlo. Creo que el autor merece un respeto. Por eso lo leo y vuelvo a leerlo. Un corazón muerto; una luz inmóvil y algunos otros textos. Que valentía para hablar de los muertos. El bus avanza lento y a medida que se sumerge me pierdo en los verbos extraños de este texto. La bulla se cuela por mis auriculares. Me molesto. Busco alguna imagen que me consuele. Pero el bus no se detiene a mi ruego. He llegado a mi destino. El barro y el polvo penetran las ventanas en tramos. Cierro el libro con pena. Ni un cuento, me digo. Somos pocos los que llegan al final. Lo demás es inenarrable. No tiene caso Solo bulla y materialidad a cada paso que doy.

II

Y esa sensación sigue aquí.  Latiendo junto a mis miedos. Un segundo corazón. Mis ganas y mis imaginaciones. Todo se mezcla. Tomo un cuaderno y me pierdo en sus rayas muertas. Que desolado se ve esto. Alguien me habla. Es lo cotidiano que me alberga. Huyo de ella pero es imposible. Madurar consta de ese requisito. Y tras varios minutos de divagar recuerdo algunos decálogos de escritores y nadie habla sobre cómo enfrentar a la familiaridad de la monotonía. Y caigo nuevamente sobre esos memes así hasta que E me pregunta: – ¿Por qué ya no escribes?


05 de julio.



 

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