Página en blanco.

 

Una página en blanco que se sostiene enclenque entre el silencio de un cuarto. Un cuarto que donde habita, a duras penas, rumores, metas, sueños, e ideas truncadas por el viento. Un viento tibio, algo asfixiante, que los invade sin previo aviso... Y nuevamente la página suelta un ruido. Un ruido torpe, un ruido sin sentido ni dirección. Así como todas las noches de las últimas noches donde aquel individuo se olvidó que es ser él. Es extraño, pues aquel individuo observa detenidamente la rutina. Algo metódico, vicioso. Llega, se sienta, suspira, mira, prende el ordenador y se queda estático. Como las polillas de su habitación, jugando con los recuerdos fugaces. Como los zumbidos son algo extraños, intenta describirlos. No tiene nada, se dice. Y es así, no hay nada de bueno en aquellos zumbidos ni en los golpecitos que dan esos insectos al foco de la habitación. Se levanta, busca algunos libros, los vuelve a releer, (algunas partes) se aburre. Nada, nada, nada le convence. Está perdido entre tantos libros, entre hojas y recortes periodísticos. Entre las ideas escritas en infinidad de papelitos e informar del trabajo… Ideas como no sé, no sé, se repite. Él sabía que tenía una buena idea para un texto cuando venía en el bus. Era algo así como de un trabajador pobre que soñaba con volver a su pueblo. Y que cada noche se sostenía sobre su catre en cuartucho de algún barrio olvidado de la gran lima a rezar. Y rezaba tanto, no, lo suficiente que podía dormir en paz. Qué sonrisa la que tenía cuando dormía. No importaba de que le pagaban tan poco, o de que no había cenado. Su felicidad se sostenía en la ilusión en que pronto volvería a su pueblo natal. Tal vez, con dinero suficiente para comprar algunas cosas para sus padres que aún vivirían escarbando campos ajenos. Tal vez, con poco dinero, pero lo suficiente para comprarse ropa y viajar. Tal vez, digo tal vez por qué nunca lo lograría. Algo así iba la historia, se decía en un silencio perpetuo frente a una página en blanco.

Afuera, alguien llora. La realidad agrieta en su puerta. Deudas, trabajo, desilusión, desesperanza… Alguien llora. No sabe de donde proviene aquel ruido. Es probable que sea un tonto reflejo del tiempo. De esos tiempos de cuando era niño y se caía constantemente y su madre le decía que se levante y que él decía que no podía, que le dolía, pero ella le pegaría por haberse caído; como si caerse fuera algo malo. O, tal vez, sí. Quién sabe. No, nadie sabe nada a ciencia cierta. No sabría que la hoja en blanco es la misma hoja de hace unos años. Que nunca pensó nada y que nunca lo diría. Porque todo lo imaginado es solo un suspiro de un extraño. Un zumbido de un insecto errante, un alocado aleteo viejo y cansado. De un joven, acabado, desilusionado, insatisfecho, fracasado, que entra por esa puerta a prender su ordenador y pensar y pensar que vive, pero sabe que realmente no es cierto. Él ya está muerto. Muerto como el silencio que se sostiene en este cuarto. 





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