junio 27, 1993

 

Sobre una hoja de tristes colores ocres, inicia su travesía, temeroso, percibiendo mi presencia. Cruza por un grupo de fotos oxidadas por el tiempo. Por un campo de alcachofas que abriga la temerosa mirada de un niño de que aún no sabe realmente su destino en el mundo. Ese mismo niño, pero con meses de nacido, recostado sobre los asientos de un bus interprovincial. Tal vez fue su primer viaje. Un llanto ajeno. Una mirada cálida, la de su madre, que no deja de abrazarlo; frente a la antigua plaza de armas, con su abuelo y con la chica que le ayudaba a cuidarlo y que años después se volvió loca. Otra, un poco más borrosa, frente a un lugar indefinido de la nueva lima de los 90. Rodeado de pequeños de la misma edad descubriendo esa frívola realidad. Otra, en una manta, recostada sobre la espalda de su madre en una de las peores noches; frente a un grupo de vecinos que impacientes esperaban algo que nunca se supo. Una vela encendida frente al rezo sin sentido de aquel niño que cerraba su primaria a lado de la chica más bonita de su salón.  Una extrañaba foto de él mismo jugando un deporte que ahora le resulta ajeno. El tiritar de una tarde en una playa que olvidó junto a sus primos. Una torta compartida a sus dos primeros años. Aún sueña con ese enterizo de jeans azul que su madre le regaló y los tres platos de bocaditos que no sabe cómo aparecieron. Sus amigos del barrio de madrugada, levantando a duras penas a sus madres alegremente ebrias. Era su día de ellas. Una con su hermano, su pequeño hermano que ahora ya ni se hablan, frente a una iglesia de lima. Un caballo de madera y un gorro cajamarquino que él creía que era de vaquero. De las pocas que se le ve muy alegre. Uno interrumpiendo el discurso de su madre en el local de vaso de leche; con el mismo enterizo ya gastado por las infantiles energías de una tarde de polvo y barro. Una hermosa mujer, al lado de un árbol navideño, sosteniendo a un enrulado recién nacido. Él mismo, ya de adolescente, bailando con un gallo. Una borrosa foto de una torta que dice “feliz día Maxito” al que mira siempre cuando está deprimido. Su primer desfile escolar; su primer llanto, su primer miedo, su primera decepción. Un retrato lleno de felicidad. Otra, de una inocente noche frente a un televisor de la señora donde lo dejaban para que su madre vaya a trabajar. Una tortuga que hasta el día de hoy dice que sueña. Su primer baile con su madre al ver que la chica más linda de su promoción lo rechazó. Su amigo, su mejor amigo, a lo lejos observándolo. Su madre, su hermosa madre frente al lado de su amiga que ahora está en los Estados Unidos. Ambas sosteniendo a sus recién nacidos. Con una alegría ya extinta. Una foto de ella, de pequeña, frente a una tumba de su hermana muerta recién nacida. Esa mirada que ahora perdura en su hijo. Su hijo nacido, que dicen, un 27 de junio de un año que nunca existió. La travesía de aquel bicho en aquella madrugada interrumpida por una lágrima que nunca existió. ¿Quién se acoge a la necesidad de ser feliz?



Comentarios

Entradas populares de este blog

Página en blanco.

BREVES JUSTIFICACIONES ENTRE EL SILENCIO COMPARTIDO Y EL RUIDO SIN SENTIDO

Poema: Los gemidos de tus recuerdos