BREVES JUSTIFICACIONES ENTRE EL SILENCIO COMPARTIDO Y EL RUIDO SIN SENTIDO
I
Me he dado cuenta de que todo esto ya no
tiene ningún sentido. Despierto, trabajo, leo, me quejo de mí mismo, lloro,
duermo. Así son todos los días de este mes y del pasado año y del pasado… (Claro
con ciertas disgregaciones). Cojo el teléfono, tratando de distraerme de mis
monótonas acciones viendo las “historias” de los demás. Gente irradiando alegría
(o algún tipo de felicidad) en diferentes lugares, eventos. Me pongo a pensar
si son suficientes sus motivos para que lo hagan. Yo he tratado de llevar ese
ritmo, pero no puedo. Mis intentos son fallidos y se cuentan por montones con experiencias
totalmente bochornosas para mí. Y no sé si sea una justificación buena, pero yo
no suelo encontrarle sentido a ello. Cuando se me presenta alguna reunión o
encuentro para asistir, la acepto. Pero mientras van transcurriendo los minutos,
llegan a mí pensamientos del por qué no debo asistir. Y son muchas, demasiadas, que
llegan al punto de ser una inaudible discusión en mi cabeza. Y eso me
entristece más. Me siento recluido conmigo mismo. No suelo pasarlo bien por esos
momentos cuando me meto en esas situaciones. Dentro de un hoyo sin fin. Y
siempre estaré así; solo, con una infinidad de “pretextos” rondándote la cabeza
cayendo y cayendo. Y lo más triste, aún, es que ya me he acostumbrado a su
vértigo.
La convivencia conmigo mismo se basa en
un fallido equilibrio con mis temores, recuerdos y alguno que otros sueños que
voy descartando cada noche en que me acuesto. ¿Qué logro hacer con todo esto?
Nada. Y es que todo lo resultante que logré en un día cualquiera llega a ser
nada con el paso del tiempo. Así lo veo. Solo se albergan en mí lo sobrante de los
resentimientos sin sentido, los recuerdos, pensamientos y alguno que otros
sueños que he descartado con el paso de los días. Algunos, de mi entorno, ya lo
han notado. Y quisiera decirles que no se rían o se molesten conmigo. De que
me siento torpe e inútil frente ellos. De qué no sé qué más decirles más allá
de un saludo y de que si no me marcho o me alejo, me lleno de pensamientos
despectivos hacia mí mismo y así y así hasta quedar en blanco o con algún TIC
nervioso que solo les genere una vergüenza ajena… Pero solo les puedo mentir,
creándome así más inseguridades.
II
Era medio día. El recreo, recuerdo,
continuaba en su típica efervescencia digna de escuela estatal de secundaria.
Yo, en un salón no muy alejado, le preguntaba del por qué nos aferrábamos a tanto
a Dios.
Ella, con una risa compasiva, propia de
una persona que expresaba sabiduría y compasión, se sentó, me miró y se rio. Ay, hijo. Dijo con una ternura, si supieras a todo
lo que nos aferramos los humanos cuando más nos adentramos al ciclo final de la
vida.
¿Cómo cuál? Le pregunté.
Ella miró el caos del patio de juegos. Como
el ruido. Dijo. Desde que nacemos nos acostumbramos al ruido. Nos sentimos a
gusto con él. Pero ¿Quién tiene la valentía de convivir sin ello? Nadie. Pregúntale
a todos ellos, me dijo indicándome a los profesores que estaban sentados en las
gradas conversando o leyendo, que si alguna vez han estado en completo
silencio. Algunos te contestarán que sí, y es porque pensaron que sí lo
estuvieron. Pero, sabes, nadie tiene la valentía de hacerlo correctamente.
Porque cuando uno intenta estar en completo silencio, se topa con los
pensamientos, con los recuerdos. Y te duelen. Y aun si tienes la fuerza para callarlos,
te quedas los bullicios del alma y es la que más grita y te hieren. Nadie puede
convivir con eso o escucharlos tan solo por unos segundos. No puedes, créeme.
Es un miedo terrible e indescriptible. Pero si ya eres capaz de callarlos, sientes
esa paz de la que tanto uno nunca aspira. Inténtalo. Yo aún lo sigo intentando,
hijo. Cuando crecemos nos acostumbramos a hacer más ruido y más ruido y así ocultar
indirectamente el silencio de nuestra alma. Creamos cosas como la radio, la
tele y demás aparatos que tendrán un solo objetivo: callarnos. Y por eso
creemos en un Dios y nos aferramos a él, ya que para muchos no es más que una
digna representación del silencio al que tanto deseamos.
Lo entenderán cuando seas adulto. Agregó mientras se levantaba para ir a clases mientras seguía pensando en sus palabras que siempre los recueros, ya siendo uno.
Lo que callamos para intentar encajar en la sociedad.
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