ANCAL

 

Domingo, 20 de noviembre.

Hay un campeonato al que intempestivamente me decidí invitar. Un encuentro deportivo de mujeres y varones que se realizará en el anexo de Ancal del distrito de Ingenio. Un campeonato deportivo que trata de integrar a todos los anexos del distrito. Ancal, Huahuanca, Rimaycancha, Chiacata, Muchac, Suiza Rangra y Casacancha. Anexos que se encuentran geográficamente apartados de lo que se podría llamar el centro de la ciudad, y por ende de todo el flujo económico que se genera con el turismo. –Lo que se quiere es que se integren las comunidades y que se incentive el comercio; y que más que con el deporte. – me comenta Juvenal, presidente de la comunidad, mientras compra una botella de ron que (dice) nos servirá para el clima que hay allá.  

Un camión de la municipalidad frena al frente nuestro. Trepo a su tolva. Dentro de ellos un grupo de pueblerinos conversan alegremente. Algunas mujeres abrazadas a sus menores hijos, preguntan compulsivamente la hora con ese dejo pueblerino tan tibio de esta región. El encuentro de las chicas es a las doce en punto contra el anexo de Chiacata. –Dale rápido, tío. –Grita una. Al parecer, la más comprometida. El camión avanza y en cuestión de minutos se sumerge a la cima de los cerros. El temblor y el ruido de la carroza, ocasionado por la agreste carretera, no impide que las risas de las chicas se silencien. Curvas muy cerradas y nubes blancas sobre un cielo muy celeste me indicaban que estábamos en lo más alto del pueblo. –Más de tres mil quinientos metros, por ahí, según Google–. La lluvia volvía por minutos, pero con fuerza. Cada uno tomaba acrobáticamente algo con que cubrirse de las gotas que caían como balas. Sin embargo, nada amilanada aquellas risas ni los cotilleos del futuro encuentro. Entre cerros y pampas, entre neblina y lluvia. No había más que las líneas dibujadas a lo lejos de las carreteras. Árboles inmensos apegados a los acantilados. –Si se voltea el carro aquí, no la contamos– dice alguien.


Tras las últimas curvas, que el camión pasa lentamente, un pequeño letrero que sobrevive a la indiferencia del tiempo, nos da la bienvenida. ANCAL. Una plazuela en construcción, casas de barro (algunas agrietadas por el clima y el olvido) y un columpio que me transmite una nostalgia y desolación pasajera. ¿Dónde está el estadio? Me pregunté. En cuestión de minutos salimos de aquel paisaje. Y nuevamente nos adentramos en más curvas y pampas secas.  –Por allá se va para Suiza– indica un señor a su hijo que sorprendido y admirado, como yo, no deja de observar el lugar. Un viento helado y la imagen de un grupo de casas de quincho nos daban la bienvenida. –Ya no llega más. – Expresa una que alista sus cosas para bajar. –aquí seguro parará. 

Nos abre la puerta de la carroza. Todos saltan. Algunos, como yo, bajan temerosamente. Don Juvenal se adelanta con la mochila al cual cuida recelosamente. La bulla crece mientras un balón cruza raudamente por el hermoso cielo celeste. –Ya están por terminar. –Increpa una de las chicas que busca un punto para juntarse y cambiarse. Muchos saludos, muchas risas y muchos brindis con caña o con cerveza. Música chicha de las antiguas, por un lado, música folclórica por otro. Algunas podía reconocerlas. Todos rodeando aquel estadio extrañamente dibujado en la punta de un cerro. Que sus arcos eran compuestos por tres palos y la circunferencia de sus lados inclinaba disimuladamente para un lado.  

Algunas de las chicas, tal vez por el pudor, solo se ponían la camiseta blanca encima de sus polos. Se acomodaban las trenzas y, prestándose de sus esposos y amigos, se calzaban los chimpunes que algunos le quedaban sueltos. Don Juvenal, en una hoja, apuntaba los nombres de las jugadoras. –Solo hijas de los comuneros del pueblo– decía. Una increpó que del otro equipo había varias que no eran de allí. –Ya después hacemos el descargo–. ¿Cómo verificar si exactamente es o no hija de un comunero de la zona? O ¿si realmente vive en la zona al cual va a representar? –Lo que pasa es que no se hicieron bien las bases. –Agrega Don Juvenal mientras observa a las chicas entrar desordenadamente al campo. –Yo creo que debieron dejar que toda persona que viva en el anexo juegue. ¿Por qué se tiene que excluir?

La gente aplaude. Algunos silban. Mientras que desde la otra esquina (como si fuera un ring) ingresaban las chicas de Chiacata, vestidas de camisetas celestes con franjas blancas. Dentro las esperaba un árbitro, que es un conocido del pueblo; se para en el medio del campo; mira a ambos lados y con gestos tímidos da inicio al tan esperado encuentro deportivo. ¿No está de bajada esta cancha? Juvenal solo atina a reírse mientras me sirve una copa de ron. –Son la muerte, caracho.

El balón rueda descontroladamente por todo el campo. Un puntapié de una de ellas provoca un “ufff” en la gente que los observa. Poco a poco van desapareciendo las carcajadas de las jugadoras. Ahora se les notan serias. Una roza a otra. Se empujan, se patean. Otros, desde afuera como yo, tratan de darles indicaciones. Tiros libres, de esquina y algunas polémicas. Pero sobre todo muchos “ufff”. En el segundo tiempo se siente el cansancio de algunas. Corren menos, pero siempre con el mismo compromiso de ganarlo todo. Chocan, se tiran, se patean. La lluvia poco a poco entra en escena. Se forma un barro en el campo que tiñe el blanco y el celeste de sus uniformes. Falta poco y se le notan en sus rostros cansados de las chicas y en lo seco de las gargantas de los pueblerinos. La música, el viento, el clima mismo y la algarabía de todos nosotros crean una imagen que muy poco se puede descifrar. Al final, un digno empate sin goles.

Algunas salen amenazándose, otras respirando hondo. El ron empieza a dar vuelta entre nosotros y en algunas de ellas. Digno representante para el clima loco. El cielo se cubre con nubes grises. –Va a llover, alguien que sople–.

¿Qué te pareció? –Dice Juvenal que acaba de dar indicaciones a los chicos que van a entrar a jugar. “Entren y saluden a cada lado. Demuestren que somos de Ingenio”. –Esto se debía hacer mucho antes. Ahora, el próximo domingo toca jugar en Suiza. Y así en cada anexo. Y la final se jugará en Ingenio. Quien sabe, tal vez entre tantos encuentros se encuentre a una promesa para el futbol ¿sí o no? –.

La gente come, toma, ríe. Aprovechan el pequeño campeonato al máximo confraternizar entre ellos. A pesar de la fuerte lluvia que se avecina, nadie puede parar estos gratos encuentros. Un dirigente de un anexo habla con Juvenal entre copones de caña. Se comparten nuevas ideas para un mejor aprovechamiento de estos encuentros. A lo lejos solo veo cerros y nubes cargadas y un viento seco. ¿Y cómo vuelvo? Pienso. No hay nada más que este páramo lleno de cultura viva. -¿Qué te pareció? – vuelve a repetir Juvenal. –De esto debes escribir –sentencia mientras me sirve otro copón milagroso de ron. Y, gracias a ello, poco a poco me uno a las carcajadas y los efusivos brindis, mientras las primeras gotas de lluvia caen sobre nuestras prendas. – ¡Chaparrón! –Alguien grita. Todos buscan en donde esconderse mientras el partido sigue. Y creo jurar que con mayor intensidad.

 

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