NOVIEMBRE SIN TI

 

La tenue luz solar de un triste día presentía lo que la noche no se esperaría. Mientras interactuábamos con las supuestas respuestas de un correo del trabajo, surgió una pregunta curiosa. ¿Lapadula sabrá el himno peruano? Una risa boba se escurrió por el pequeño sitio al que había convertido en oficina temporal. Espero que sí, fuera mi respuesta. Un futbolista que toda su vida ha vivido en Italia y que por primera vez pisaba suelo peruano para jugar por una selección de un país que apenas conoce… ¿Qué decirte? Espero que sí.

El día transcurría con sus pesares habituales y en el congreso se escuchaba a un presidente enérgico defendiéndose de su segundo intento de vacancia. Esta vez tenía el hemiciclo casi vació y que de vez en cuando se colaba alguna vociferación de algún partidario que, de manera espectral, vigilaba las acciones. Realmente me importaba poco lo que se acontecía. Estaba saciado y hasta hostigado con tanta tontería de la pelea entre los poderes del estado del país. Mi hígado solo soportaba, a estas alturas, el café que ingería. Pero admito que dentro de mí, un deseo casi obsceno me hacía seguir escuchándolo. Una pelea intratable en medio de una crisis sanitaria. Que te acepto esto y te deniego esto. Que apruebo esto y no te firmo el otro. Qué importaba, ¿verdad? Si el próximo viernes nos enfrentaremos a nuestro clásico rival de futbol: Chile. ¿Te imaginas si Lapadula hace un gol allá? Mira que bien le queda la camiseta…

                ¿Vacaron al presidente? 

Tres palabras que detonó la noche.  ¿No lo sé? Respondí mientras le daba “actualizar” a las secciones de noticias en mi celular. Tienen 87 votos, me respondió mi compañera de trabajo. ¿Eso significa? Dije torpemente. Que no tenemos presidente, respondió. ¿Qué feo no? Las noticias empezaron a bombardear lo sucedido. El aguacero de notificaciones creció con diferentes términos y palabras. Destituyen, vacan, remueven, botan, etc. En las redes ya aparecían los politólogos de turno. Opiniones por aquí, gritos por allá. Entre ellos una rara publicación de invocación al artículo 46° ¿Insurgencia?

                ¿Ahora qué sigue?

                ¿Yo que sé?

Un sin sabor recorría la mesa. El café me esperaba frío. Un morbo excesivo. ¿Lamento? ¿Rabia? Que sentir cuando uno de los malos gana al otro malo y empieza tomar el control frente a todos sus séquitos involuntarios que mirábamos inútilmente sin poder hacer nada. El más capo se alzaba con la cabeza del otro… Las redes se actualizaban constantemente mientras el trabajo seguía en esta precaria y ahora extraña oficina. Un informe iba y otro llegaba. De repente...

¿Lo viste?

¿Qué?

El puñetazo.

Al parecer no soportó todo esto y tuvo que desembocar su ira en alguien, como un cable a tierra. Lo miré tantas veces. El congresista hablaba y hablaba justificando su decisión (había votado a favor de la vacancia), todo recto, uniformado, sin sudar, sin oler mal por mal clima y bien peinado. De pronto un joven se mezcló lentamente entre los reporteros y le encestó un derechazo tan certero que creo que lo tumbó. Los reporteros cambiaron de bando. Las cámaras y micrófonos giraron hacia el muchacho de mechón y lentes. Mientras él le gritaba algo al congresista, pero no se escuchaba nada por la bulla de los periodistas. La seguridad del congresista no se le abalanzó como suele suceder. Más bien se sintió como una complicidad. Obviamente que no había pasado ni 20 eufóricos segundos para que un policía lo tome del cuello, otro del hombro y lo saquen del congreso. –Como un rock star. Me dijeron por ahí. Así parece, respondí. Que huevos para hacer eso…

Lo busqué por las redes sociales y antes de que su cuenta fuera clonada infinitamente. Le escribí agradeciéndole por expresar el sentir de una parte de los peruanos. Pero ya era tarde. De cientos a miles en segundos. Muchos seguidores lo tildaban de héroe; otros de estúpido. Pero todos queríamos estar en sus zapatos y sentir esa satisfacción de haberlo hecho, lo admito.  

A dos cuadras del suceso, el presidente daba su última declaración. Todos esperaban un pronunciamiento como al que nos tenía acostumbrado. Floro y floro y un careo a lo dictaminado. –Esta noche me estoy yendo a mi casa–. Se rindió, me dijeron. Se rindió.  No era más ese personaje enérgico que se presentó en la mañana para defenderse. Hablaba totalmente roto por dentro. Por momentos, se sentía que quería llorar. Tal vez sea mi impresión. Una impresión de un perdedor.  Pero las redes seguían su curso, implacable. Cruces de sentimientos. A favor. En contra. Que importaba. El segundo presidente en no menos de dos años. Éramos, tristemente, tendencia mundial. El presidente y el congreso enlazados por un puñete.

A todo esto, me dijo mi compañera de trabajo. ¿Qué pensará Lapadula?





*imagen extraía de internet.



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