RETRATO DE UNA VARILLA DE MADERA QUE NOS SOSTENÍA.
En memoria de mi amigo Pablo.
Nunca supimos cuando realmente empezó
aquella manía tuya de jugar con el palo de la escoba. Cuando menos lo pensábamos
ya estabas inclinándote con ella. Apegado a la pared de la sala, dibujando líneas
imaginarias. Atrás había quedado el porte serio que te obligaba tu trabajo.
Eras tú. Con expresión seria mientras fingíamos no verte, recostado, a veces
sin camiseta, escuchando aquel programa olvidado en esa frecuencia olvidada. Otras
veces guiado por las acrobacias de las series que veías, y veías reiteradas
veces en madrugadas como esta. Tratabas de imitar aquellas destrezas de esos
actores asiáticos. Esos movimientos acrobáticos inexplicables que tú creías
constantemente. Muchas veces releyendo expedientes de tus casos.
Amigo. Lo que si sé es la última
vez que te pusiste a jugar con ella. Temblando por la enfermedad, te sostenías con
dificultad. Seguías considerando en la bondad de la madera. –canaliza todo lo
malo–. Aun lado, la radio con la misma sintonía. Y si te aburría la fatiga de
tus respiraciones, las apaciguabas con madrugadas de la misma película china.
Hasta que te cansaste de ello. Lo recuerdo; como el último abrazo que te di sin
importarme de que podía contagiarme. Y sentí tu ternura y tu bondad. La bondad
de la varilla de madera que tanto pregonabas. Y así fue. Una madrugada del 24 nunca
más se volvió a escuchar aquella radio, mi prender aquella tele. Solo un llanto
descontrolado y bien justificado que aún retumba por esta sala.
Tus discos están ahí, olvidados
involuntariamente, junto a tu radio negra. No hay fuerzas de prenderla. Tu biblia
aguarda su lectura rutinaria de las madrugadas. La varilla de madera inexplicablemente
desapareció.
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