CUATRO POEMAS DESDE EL ENCIERRO
1
Madre, lo siento.
La niebla de enero vuelve a habitar en mí.
Ya no basta con ocultarlas en estas frágiles líneas
Ahora brotan junto con mis miedos…
Extraño el viento, madre.
Extraño que me recoja y me envuelva en su olvido
y me expulse en otro mes que no sea este.
En un mes donde tu calor me encuentre
y me digas que ya no hay motivos para huir.
Pero la niebla es lo de menos, madre
sino lo que habita en
mí.
2.
Tu ausencia transita desnuda por este cuarto
ignorando las mañanas y
sus bastardas estrellas.
Quién sabe por qué.
Crean grietas,
exponiendo a los verbos
que tiemblan al grito
desmedido de tu silencio.
Juegan con el eco de tu dolor,
con aquella paternidad
que habitó en el rincón más alejado de mi inocencia.
Donde el brillo de los atardeceres
nunca conoció el rencor
de tu adiós.
3.
Dos gallinazos atiborran mi alma compasivamente.
¡Soy yo! Les
grito.
Mientras un aura
cansado y desganado
me deshace las alas al compás del viento.
Desciendo lentamente,
como un ángel muerto.
¡Soy yo! Grito
de nuevo.
Solo quiero conocer donde termina el cielo
o
donde nace el infierno.
Y uno, a lo lejos, me lanza un gruñido
—Estamos
de paso, lo siento—.
Y junto al sol desnudo, contemplan mi desdicha.
¡Soy yo! Grito
rendido
Mientras el infértil mundo me recibe enamorado de
mis culpas.
Soy yo quien andaba perdido…
4.
Tengo miedo
a ese no sé qué
que
brota desde mi interior.
Ese desconocido punzón
de no sé donde
que late más allá de
las fronteras de mi corazón grisáceo,
más
allá de mis costillas,
más
allá de esto que desconozco.
Tengo miedo
a los verbos otoñales,
a las constipadas
mañanas de julio
dictaminando
un pasado mal juzgado.
A todo eso que no sé qué
es
pero
que duele,
aquí
adentro,
donde
albergo el eco de una sonrisa tibia.
Tengo miedo,
pero sonrío
a
los días, a los latidos, a los infiernos de la vida
mientras me canso de ser yo mismo
Tengo miedo a eso
que no quiero saber que
es
pero sé que es algo que
habita aquí, adentro,
más allá de mis recuerdos,
más allá de mis sueños,
más allá de mí.
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