Fin de los dos mil dieciocho. Presentación de "Más allá, donde todo nace".

 

1.

Acerca del como surgió.

    No soy bueno con las fechas, si estas no van relacionadas con algún hecho que me haya marcado. Podríamos iniciar, por ejemplo, en un determinado día de un diciembre de un año que no recuerdo. Lo que si recuerdo, y con tal nitidez, es la despedida de mi madre mientras me embarcaba al bus. Un largo viaje de aproximadamente ocho horas y un viento helado recibiéndome. Con quince años, creo, viajaba a Huancayo en busca del calor de mi padre. Lo importante fue que, sin querer, descubrí una identidad del que solo habitaban en los recuerdos de mi madre y diálogos de mis abuelos. Tradiciones, costumbres, creencias. La religiosidad ferviente de enero y octubre. Bruscamente, mi pubertad limeña era sedimentada con su nostalgia. Y que hasta hoy persiste. Historias y anécdotas que hacían que mi estancia de casi tres años fuera la mejor etapa de mi existencia.

    El siguiente recuerdo es de un mes de enero en que parto de allí. Con una fuga digna de una adolescencia rebelde que busca quien sabe qué (y que hasta ahora no lo encuentra). Me inmiscuí, poco a poco entre sus calles con empleos momentáneos, estudios inconclusos y amoríos falsos. Sintiéndome cada día más cansado de mí mismo. Con cada sonrisa, con cada noticia social matutina, con cada malgastado céntimo.

    Es ahí cuando parto hacia la siguiente fecha. Por estos meses, en una antigua edición de esta feria. Su vigorosa su multitud y la infinita bondad de sus obras esparcidas por estos pasillos. A un autor, que por recelo y reserva no lo mencionaré, y que me ofreció su primera novela. Y no fue en sí el libro ni su contenido lo que me llamó la atención. Si no cómo él defendía su obra; lo alababa con su pausada y controlada voz de periodista juicioso. Yo sentí celos de ese amor. Y esa especie de amor propio impregnada en esas hojas fue que me hizo cambiar completamente el rumbo de mi vida. Semanas después de leer y releer aquel libro y de sentirme identificado con unos de sus personajes, le escribí para agradecerle por habérseme cruzado por estos pasillos alfombrados. No sé si lo comprendió.

    Así todos estos años lo he pasado entre trabajos, lecturas, escrituras y estudios. Tratando de llenar un vacío. Adopté con disciplina decálogos y consejos de los que leía. Épocas gozosas de Ribeyro, Ampuero, Poe, García Márquez, entre otros. Maduré con la nostalgia, la identidad y el compromiso de Todas las Sangres del Tayta Arguedas y de País de Jauja del gran Edgardo Rivera Martínez. Dos autores con los que más frecuento en el plano narrativo. Todo autor que llegaba a mis manos pasaba por mi juicio dictatorial para ser leído. Con un mecánico orden donde averiguaba su vida, hechos más cruciales vinculados con su obra, con sus personajes. Involucrándome con sus estilos al narrar bajo experiencias, ilusiones o decepciones de una sociedad; bajo algún dolor.

    Pero ya sentía la necesidad de pasar de presentar mis torpes relatos en revistas a crear algo más íntimo, algo más mío. Algo que amara con tal ferocidad como aquel autor que no citaré por respeto. Y, parece extraño, pero fue gracias a esta terrible pandemia que tuve tiempo para corregir todos los escritos que tenía. Muchos de ellos se quedaron en el limbo, buscando alguna excusa para volver al pupitre.

    Pero como a la mayoría, la realidad nos tocó mi puerta. Mostrándonos lo tan vulnerables que somos. Lo tan inservibles que somos. En mi caso, en un triste día de febrero, a las tres de la madrugada se llevó a una de las personas que más creía en mí. Mi único amigo. Me dejo tan derrotado que me hizo cuestionar si realmente era esto lo que quería hacer con mi restante tiempo de vida. Y entre alcohol y pesadillas me dije que sí. “Ya no hay vuelta atrás” me repetía constantemente “Ya no hay vuelta atrás” mientras buscaba una casa editorial. Y como son las circunstancias de la vida, que en una feria por el centro de lima conocí a Julio. Conversamos y en un puñado de meses acordamos trabajar y pulir este proyecto.


Acerca del libro.

    Son dieciséis historias que recojo de mi estancia breve y fructífera en mi tierra querida al que espero algún día volver. Un pueblo lleno de misticismo, creencias y amor. Donde muchas veces sus historias juegan con lo irreal y lo nostálgico. Historias fervientes a la religiosidad como la de los hermanos Quispe y Pariona. Que aprovechando una festividad dan riendas sueltas a un odio injusto. O como la de Genaro, que cargando una maldición de generaciones, solo quiere morir en paz cumpliendo su único deseo: pasar la festividad de su pueblo. Historias que nacieron de relatos orales en noches de vigilia de cosechas. Como la de un pequeño y travieso muqui que hace lo imposible para evitar que una familia encuentre su oro. O como la historia de Lidia que en su inocencia acepta una cita con el alma de un riachuelo. Historias que juegan con lo socialmente correcto, como la de una niña María, que es obligada a seguir una tradición absurda. Pero que gracias a ella descubre cuál es lo más importante: la familia. Así mismo, historias que parten desde esta ciudad. Con personajes que son creados con la tristeza y olvido hacia sus orígenes. En donde más prevalece el deseo de buscar un mejor futuro. Extrañas experiencias de superación de los habitantes de los poblados cerros. Cerros que los recibieron cuando huyeron de sus tierras por el terrorismo y que saben nunca podrán volver.

“Más allá, donde todo nace” es eso, amigos. Un libro cálido, triste, nostálgico al que los invito a descubrir. Un libro que engloba lo que muy poco nos atrevemos a ver. Una realidad marcada por una moderna sociedad: algo frívola. Donde todo lo místico, tradicional y puro va perdiendo color y en donde la nostalgia solo es una cuestión de rumores entre rumores de algo que nunca existió.

 Gracias.

25 de julio del 2022







 

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